jueves, 20 de diciembre de 2018

PACO SANTOS GUMERSINDO

 
Paco Santos Gumersindo Aguilar Venegas.

  Hoy no toca hablar del catedrático Antonio Piñero, ni del historiador judío Mario Saban, ni de los exquisitos arpegios salidos del violín de Fanny Rome en cualquier escenario del planeta; hoy dedico este espacio acerca de mis amigos artistas a un hombre que no tuvo reconocimientos por su humilde quehacer artístico. Paco sería un hombre más, un ciudadano cuyo rastro se evapora en la atmósfera de una gran ciudad como podría ser Madrid. 
   Su imagen, siempre evocó en mí algunas peculiaridades del mundo cretense; -Paco ostentaba un bigote potente, un mostacho al estilo de los hombres de Creta. Un bigote que para estos griegos significaba el símbolo de luto por aquellos que perdieron su vida en el último enfrentamiento que estos tuvieron con los turcos. Pero él había nacido en un pequeño y encantador pueblo extremeño: Hornachos, allí transcurrió su infancia para después emprender el exilio obligado de la gran parte del mundo extremeño. 
   No soy quien para dilucidar si Paco fue feliz en Madrid, pero cierto es que sus raíces pacenses siempre navegaron en su corazón. Un trabajador que sacaba tiempo del tiempo para dedicarlo a la artesania. Puede que su acercamiento al arte, a un arte peculiar que consistía en dar vida a la madera, para crear pequeñas aves, pajaritos a los que sólo les faltaba volar. Eran verdaderos prodigios, pequeños retazos de sueño que quizás tranquilizaban su espíritu creativo.
     Sus rasgos no mentían, eran acendrados, diría que potentes a primera vista, aunque después se tornasen mas suaves, como la mirada casi líquida, delicuescente, entre matices grises y azules de atardecer. Detrás de su mirada se intuía a un soñador, y porqué no? un mucho de melancolía que salpicaba todo su rostro. Creo que Paco era un solitario, puede que incomprendido, un hombre marginal; pero eso lo son todos aquellos que juegan a construir un mundo mas noble y positivo, los que sublimizan su entorno, el paisaje natural así como el humano para transformarlo en arte.
     Su personalidad siempre me regaló paz y sosiego. Lo mismo que sus minúsculas obras, miniaturas ensartadas de anhelos que su creador hacía patentes de manera tan sutil, tan delicada. Porque Paco era persona de no hacer ruidos, de pasar de puntillas, de ser un hombre con la reciedumbre del mundo antiguo, sin subterfugios, donde habitan el blanco y negro, los contrastes definidos, donde no hay lugar para las ambiguedades. Siento su marcha como algo que volatiliza mis esquemas, y también porque un singular eslabón de mi amada tierra extremeña se rompe, y cuando se quiere con pasión de irredento enamorado ese espacio sagrado, los reveses se tornan imposibles de digerir. 
      Los sortilegios y el devenir de la propia vida hizo que Paco Santos cayera como de un sueño blanco hasta los campos de olivares de su tierra para envolverse con el aire y la luz de un blanco inmaculado que atraviesa las mañanas de Hornachos. Y él, sin saberlo, ni siquiera intuirlo, vivía su última época consagrando su tiempo a rememorar su lejana infancia entre aquellos vecinos del pueblo, en un mundo de calor y de verdad. Su candor, su humor siempre latente hicieron y conformaron un edén allí donde naciera. Y puede que ello también hiciera feliz a la mujer que mejor le comprendió y amó: su madre Amália...
                                          A María José Aguilar Venegas.

   

1 comentario:

  1. Mil gracias por estas bellas palabras que retratan tan bien esta faceta de mi querido hermano y con ellas plasmas un poco su persona y su manera de ser que siempre nos cautivó a todos los que lo tratamos.Un beso muy fuerte de mi madre,de mis hermanas y mío,siempre tuyos

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