jueves, 25 de abril de 2019

PARÍS-VENEZIA-SANTORINI-TIERRA DE BARROS


                              
                                        
La insólita y romántica isla del Egeo: Santorini.
        Estaba varios años con las maletas internacionales arrumbadas, sin hacer acopio de ellas. Sólo algún que otro viaje de corto recorrido, a lo sumo mil kilómetros, que conforman la distancia entre los mares alicantinos y la maravillosa dehesa extremeña, Madrid o Barcelona. Los "locos años" donde encarnaba el papel de marchand, me hicieron estar de acá para allá y devorar las enormes distancias para poder cotejar un determinado cuadro, gestionar una operación de venta o pujar en tal o cuál subasta de una indeterminada ciudad europea.
 
Rue Mouffetard. París

      Ya era hora de salir de la cueva, y buscar aires que le renueven a uno. 

La zona de Montparnasse en París
  
       


Montmartre, siempre con su ambiente colorista.
 

        Necesitaba volver a París, sentir el aire brumoso de Montmartre; charlar con los pintores que se dan cita en la Place du Tertre,  perderme en los Champs Elyses, recorrer el barrio de Trocadero, visitar el hotel "Doudrot", célebre por sus subastas de arte, y donde tantas veces estuve. En realidad, toda mi programación se centraba en imbuirme de la atmósfera de una ciudad que tiene todos los parámetros para provocar los sueños con mayor carga de romanticismo por metro cuadrado. 
 
El "Plaza Athénée", mi hotel predilecto en París.


          La "Serenísima" vendría después; parece que no tuve bastante con París y escogí las emblemáticas fechas de carnaval para retornar a la ciudad de pura fantasía como lo es Venezia. Un lugar recóndito para uno, escenario que tantas veces me sirvió para pintar su decadente belleza y sentir la literatura que traspasa los muros de las piedras enmohecidas de sus canales.  Pero, al igual que a las mujeres jamás se les puede decir la verdad, -salvo que se esté enamorado-, de Venezia tampoco podemos describir su decrepitud de siglos al "baño María"; siempre ponderamos su belleza singular, como las nieblas que maquillan cada amanecer las cúpulas de Santa María della Salute o la isla de San Giorgio Maggiore.  

La serenidad de los canales, inundados de luz y la vegetación siempre presente en algunas terrazas y balcones.

     Contraté un pequeño apartamento en el campo (plaza) di Santo Stéfano, que siendo muy céntrico resulta mejor solución que un hotel. Y aunque mis preferencias venecianas están en Cannaregio o Santa Croce, barrios un poco alejados del corazón de la ciudad, prefiero alojarme en los aledaños de San Marco, ya que siendo días de carnaval el ambiente más abigarrado se sitúa en Piazza San Marco y alrededores. Con el fin de fotografiar amaneceres desde Rialto o el puente dell´ Accademia, estar alojado en Santo Stéfano me venía estupendamente.
 
Campo Santo Stéfano, en una imagen nocturna.

     Luego, conviene perderse por sus estrechas callejas, callejones diminutos y estrechos, subir y bajar puentes en cualquiera de los "sestiere" (barrios). Es una manera divertida para apreciar los pequeños detalles que atesora la mágica Venezia. De vez en cuando, aparcar en una taberna local y tomar un "cichétto"; -que es una tapa o pincho pero a la veneciana. Suelo acompañarlos con una copa de vino "ombra", (un vino blanco local, que solía colocarse siempre a la sombra, de ahí viene su nombre). 
El posado melancólico de las "mascherine".
       Locales como "trattorias" o "tabernas" las encontraremos por decenas en cada "sestiere" o barrio. Ahora bien, yo soy partidario de aquellos locales mas lejanos del centro.  Me gusta Cannaregio con sus tabernas donde los venecianos son habituales y apenas encontraremos turistas. La zona de Santa Croce es estupenda para los menesteres culinarios. Precisamente en calle Larga, próximo al "ponte del Giggio" queda uno de mis restaurantes o trattorias favoritas: "Al Ponte". Ideal para probar recetas locales donde el pescado de la laguna, crustáceos, mariscos o pulpo son elementos protagonistas. Si os va la cosa vegetariana, a pocos metros y cruzando el puente se encuentra trattoria "La Zucca", de una calidad excelsa y buen servicio.
 
Trattoria "Al Ponte" en calle Larga, un lugar pleno de gran estética y con platos de la cocina local.

Con el carnaval veneciano no terminaron mis peripecias viajeras, y aunque el siguiente viaje se dilatara algunos meses, allá por septiembre el desembarco fue en Atenas, para desde allí tomar un ferry vía Santorini, esa isla incomparable, misteriosa y plena de magia mediterránea. Ya conocía este enclave, y había pintado muchos cuadros con retazos de su paisaje tan repleto de blancos y azules. Pero, siempre es benéfico para el espíritu reencontrarse con lugares así.


   Los atardeceres aquí no tienen parangón,
 vistos desde alguna de las terrazas del lugar, el volcán que todavía late, aunque muy sutil es como un fondo que sirve de "atrezzo" al paisaje de la isla. El vino blanco local llamado "Santa Helena" es muy parecido en color, estructura y sabor a los "finos jerezanos" españoles. Los pescados de la isla son bien elaborados en los restaurantes locales, y merece la pena apostar por ellos. La célebre "mousaká" puede esperar mientras tanto.
 
Cualquier rincón tiene su interés estético.

       Una cena en deliciosa compañía, al aire libre frente al mar Egeo con su volcán en forma de "croissant" es una de las cosas que no os podéis perder, si llegáis a pisar Santorini. Cualquiera de los restaurantes con terrazas son buenos, y además los precios no suelen ser altos ni abusivos. No estamos en Ibiza.
    Las islas Cícladas arrasan con el turismo que visita Grecia. Santorini, Myconos, Hydra, Paros, o Rodas son los destinos de grupos turísticos, viajeros por cuenta propia o aventureros de medio mundo.
 
Las tópicas expresiones turisticas en griego e inglés.

 A excepción de la capital Atenas, la península tiene poco tirón entre los turistas; el personal se decanta por las islas. Cierto es, que el carácter griego es fuerte y a veces un tanto áspero en el trato hacia el turista. Nada que ver con sus vecinos los italianos, mucho más implicados con los visitantes. 

Las casas de la isla están edificadas sobre antiguas cuevas, que datan de la edad minóica.

    Aún así, merece la pena dejarse caer por estos emblemáticos entornos, donde la cultura es tan similar a la española, aunque con matices. Una estancia en cualquiera de sus islas, nos dejará un recuerdo para siempre. Solamente atisbar los tonos violetas del mar Egeo cuando el sol se va escondiendo, merece la pena, y la isla parece flotar teniendo como telón de fondo un volcán histórico que arrasó hace tres mil años a los habitantes de la isla.


   Por tantos placeres que nos aportan las islas griegas, su aquilatada cultura, gastronomía, tradiciones, etc, vienen a ser enclaves no meramente turísticos, también pueden conllevar un aspecto espiritual, casi religioso, por la carga mistérica que aquilatan sus suelos, montañas y playas. Santorini se sitúa sobre una gran masa de lava volcánica, la cuál le confiere un carácter mineral intenso. Las blancas casas contrastan plenamente con esos grises, casi negros de los sedimentos convertidos en piedra; y los azules lapizlázuli de las cúpulas en las iglesias bizantinas ponen el corolario a modo de efectos impresionistas sobre el inmenso lienzo de Santorini. Santa Irene, que esta sería su traducción al español, es una isla que debe ser visitada, al menos una vez en la vida, por todo aquél ser que precise constatar que la belleza existe.


   Y desde Santorini, cuya visita y peregrinación fue allá por septiembre, quedaron imágenes y emociones para preservar durante el crudo invierno. El final de año llegó según el calendario cristiano en diciembre, pero cada uno tiene sus rarezas, y para mí el año se inicia cuando la naturaleza vuelve a brotar y testimonia el ciclo vital, y eso sucede con la floración de los campos, el estallido colorístico que suple la grisura del paisaje; en definitiva es como un retorno a la vida. 
 
La estética del paisaje se funde con la belleza y hermosura de la mujer extremeña.(Foto J.A.Blasco)

    Para tal evento, no hay nada mejor que acercarse a Extremadura, esa tierra que hace temblar de emoción a los que hemos tenido la suerte de adentrarnos en su alma, y brindar con los amigos que allí dejamos ahí siguen, como brindamos en el ayer y como lo haremos siempre. 
 
José Antonio Blasco, un gran amigo y anfitrión.

        Un hombre descendiente de los viejos reinos de Castilla, aunque sus documentos digan que es extremeño nos brindó el mayestático placer de poder disfrutar su mejor querencia: una solariega y noble mansión, rodeada de los mejores vestigios del campo extremeño. Y unas vistas desde los altozanos que colman el espíritu mas sensible y exigente. 

Las notas de un tango afloran con vehemencia, estando junto a Ana Villena.

   Su nombre es José Antonio Blasco, un arquitecto enamorado de su entorno, de los encinares, de los vinos, especialmente blancos, de Hornachos, de tantas cosas. Recibe en su casa, como los nobles de antaño, con la empatía y saber estar de algunos siglos de adiestramiento. Allí compartimos unas horas que no solamente justificaron los kilómetros hechos para llegar, también fueron horas de felicidad en un mundo fuera del mundo, un espacio intimista diseñado para ofrendar los mejores instantes que marcarán la salida de un año viejo y la apertura de otro, con la virginidad que trae consigo las espectativas y sueños por realizar.

María José Aguilar-Venegas, mi amiga antropóloga de cabecera...

    Nuestro adorado anfitrión puso su mejor "misse en scene" para convertir una venerable estancia rural en un paradigma de los sentidos, de conmovernos con un festival gastronómico, donde incluso una paella "al cremat" podría competir con las realizadas en los mejores restaurantes de Alicante. La labor de José Antonio no quedó ahí, aprovechamos el estado primaveral del entorno con sus radiantes rosas de Alejandría, y él nos inmortalizó con su cámara, en unas imágenes indelebles en el recuerdo.
          

  


 

   


     
                               

jueves, 18 de abril de 2019

JUAN BAUTISTA EN LAS PROCESIONES DE CARTAGENA


      Desde hace bastantes años, Juan Bautista rinde un amor que le es recíproco a Cartagena y su comarca. Allí moran algunas de sus obras, y los desfiles de semana santa tienen para él un determinante interés. Desde hace tres años, Bautista me invitó a subirme en su barco pasionario que tiene sede en la ciudad departamental. 

Juan Bautista junto a Mariana Larios.

  Hablar de "californios" y "marrajos" tiene su proverbial importancia cuando se contemplan unos desfiles con marca indeleble como los cartageneros. La impronta militar les confieren un ritmo que puede parecer severo, pero a su vez resulta cadencioso. Y no es igual cuando lo observamos a través de la televisión o vídeos que en pleno directo. Reconozco que vistos en estos medios resultan fríos, sin embargo en vivo, emocionan y te harán un esclavo admirador de su estética tan genuina. 
 
La perfección en el desfilar se torna emotiva y de una belleza inusual.

      Siempre tenemos la dicha de coincidir con  alguien representativo de tan emblemática semana santa. Este año fue Mariana Larios, una mujer que lo es todo en la tradición semanasantera de la ciudad marítima. Como de costumbre, desde la amplia balconada de la iglesia de los "Padres Claretianos", situada en la calle Mayor, visionamos el desfile en noche de miércoles santo y que correspondía a la cofradía california.


   Mariana fue "Nazarena Mayor" el pasado año, pregonera de algún que otro pueblo de la comarca cartagenera; y por encima de todo es una enciclopedia viva de la historia de Cartagena, especialmente en su vertiente religiosa. Antes de compartir con Mariana, Bautista hizo entrega a la iglesia del tradicional "cirio pascual", a través del reverendo Fernando Gutierrez Reche, que cada año dedica a este templo.
 Una de las obras de Bautista en los "Claretianos"
  Después de un ágape frugal e informal, en una noche ligeramente ventosa, nos dispusimos a presenciar el desfile "californio" donde la imaginería de Mariano Benlliure florece junto a obras de Sánchez Lozano, Hernández Navarro o del cartagenero de origen valenciano José Alfonso Rigal.


   Mariana nos fue explicando los orígenes de las cofradías, sus peculiaridades, así como las diferencias entre ellas; los pequeños detalles que pueden pasar inadvertidos al público pero que conforman el micro-cosmos de la filosofía de semana santa.


          La tremenda envergadura de los tronos, el exorno floral, la iluminación, el vestuario de los penitentes, la presencia de bandas militares; pero en especial la cadencia, el "tempo", la fluidez del desfile, hacen de la trimilenaria Cartagena un auténtico oasis para los amantes de estas tradiciones.


           Las procesiones cartageneras podrán gustar más o menos o tal vez no, pero donde no existen dudas es en su puesta en escena: se percibe que están enormemente trabajadas, que no existen improvisaciones, son el producto de una larga y consensuada elaboración proveniente de cientos de años. Y puede que el mejor respaldo lo tengan de sus propias gentes, tanto los que participan como aquellos que son espectadores; todos ellos prodigan un respeto y lealtad, y que en tiempos convulsos como los actuales no es poco...
                                     Texto y fotos de Giovanni R.Tortosa


 

martes, 2 de abril de 2019

CARMEN CAMACHO, "PASIÓN Y ROMANTICÍSMO POR EL TOREO"



     "La última religión pagana que nos queda es la Tauromaquia"; -así se refería Amélie, mi querida amiga antropóloga, a una expresión artística que España supo consolidar y exportar, y que es la fiesta taurina. 
        Carmen Camacho, también amiga y apasionada de la Tauromaquia, no se conforma deleitándose en la plaza ante un ramillete de medias verónicas, chicuelinas o naturales; también desea y necesita comprometerse con un arte milenario que yergue sus raíces en la Creta minóica,  diez siglos antes de Cristo.

   -"Fíjate en Francia, hasta los alcaldes comunistas respetan los festejos taurinos, saben que ello les aporta dinero y turismo a sus pueblos; carecen de los complejos que arrastran muchos políticos españoles" -me explicaba Amélie, que es de origen francés. Evidentemente y como reza el dicho: "España es diferente", Carmen ha intentado mediar desde su cargo de concejala, para potenciar este antiguo arte en su querida Cieza, pero como era de esperar le han premiado con la indiferencia. El caso de José Vélez, alcalde socialista de Calasparra es un "rara avis" en el partido que cuenta con muchos aficionados a esta fiesta, pero sin embargo apenas se pronuncian en positivo al respecto. Como ahora se dice, se ponen de perfil. Vélez no solamente es el alcalde, también ejerce como presidente en los festejos. La feria taurina del arroz es un ejemplo brillante, de un pueblo que hace de la tauromaquia su gran referente cultural y económico.
       Atrás quedaron los años locos, en que un nutrido grupo de socialistas encabezados por Enrique Mújica suspiraban por Paco Ojeda; no perdían detalle de las faenas del sanluqueño, y siempre se les veía allá donde este actuase, fuera en España o Francia. Era tal su fanatización con el gaditano, que provocaron la dimisión del director de un periódico porque habían publicado una crítica que no dejaba bien parado al intermitente torero. También el crítico Alfonso Navalón sufrió las iras del grupo y lo enviaron al paro.
     

 
La alcaldesa de un pueblo del suroeste francés, que no tiene reparos en lucir chaquetilla torera y capote.
      -"Si conocieran el trasfondo erótico que se esconde en la lucha entre un torero y el toro les sería enormemente pedagógico y a la vez disfrutarían de ello",-asertó mi amiga antropóloga. 

       La omnipresencia del toro en la plaza, con toda su enorme carga genésica, como un tóten sagrado que arrasa con su fuerza. -"En una plaza de toros, ni mil hombres que hayan, poseen la gigantesca virilidad que dimana el toro; todo queda empequeñecido ante ese volcán de masculinidad; por eso los toreros encarnan y representan la esencia femenina".

    Entre copa y copa de "jerez", Amélie expresa su pasión y conocimientos taurómacos, a la vez que lamenta reconocer que Francia aprecia y valora mucho más esta cultura española, mientras me explica la liturgia ancestral del toreo, un redondel dorado, los cielos de atardecer, la sangre sacrificial, los toreros imbuidos de elegancia femenina: los trajes ajustados, barrocos bordados sobre colores pastel. La masculinidad del torero va apareciendo conforme transcurre la lidia; es un sacrificio ritual como lo es la transubstanciación en las liturgias de las iglesias cristianas.-"Y para colmo, es el espectáculo más democrático; el público decide sobre el éxito o fracaso de los actuantes"..."El toreo, en sus inicios fue cosa de aristócratas que toreaban montados a caballo, después fue el pueblo quien quiso torear sobre la arena; es un espectáculo sin ideología política".
Carmen Camacho junto a una placita de tientas.

    Los ojos de Carmen tienen un ligero acento exótico y su mirada destila inquietud y profundidad, algo así como un halo picassiano; también camina como lo suelen hacer las mujeres que en su armario íntimo tienen cosas que les harán trascender en su vida cotidiana. Ella es a día de hoy, una enamorada de sus ancestros hispanos, de la enorme riqueza cultural de una tierra, de los atardeceres teñidos de nostalgia que se dan en su pueblo. Del barroquismo que traslucen sus procesiones, de unos campos floridos que recién fueron descubiertos y llevados a los altares por infinitud de fotógrafos y turistas. 
La huerta ciezana, circundada por el río Segura, todo un edén para el placer de los sentidos.

        Ahora Carmen acaba de iniciarse como presidenta del club taurino de Cieza, y eso aunque no lo parezca tiene su importancia. Los auténticos y verdaderos aficionados a los toros son una especie en extinción. Jesulín, en uno de sus raptos filosóficos esculpió aquella frase: "en cada plaza, los aficionados de verdad cabrían en un autobús y sobrarían asientos"....Quizás fue un tanto exagerado, pero tampoco erraba en su opinión. 

   Como Carmen es una romántica de lo taurino, este reto será para ella un aliciente para perseverar en la magia que destila un hombre que hace arte y cuya materia es un ser vivo. Y que ese arte es efímero, no queda como un cuadro o una escultura. En ese maravilloso entramado, el aficionado cabal es posiblemente la parte mas débil, el pagano siempre y muchas veces el desencantado. Conozco a muchos que han dejado de ir a las plazas. El espectáculo actual nada tiene que ver con la última gran década del toreo, que fueron los años ochenta. Habían hasta diez figuras máximas, muchas mas ganaderías y encastes que ahora. Evidentemente las plazas se llenaban. Hoy los festejos son harto previsibles y lo que vemos en los ruedos se centra casi únicamente en el trasteo de muleta. No se hacen quites, la suerte de varas es un puro trámite, al igual que el tercio de banderillas. Apenas quedan capoteros con arte, si exceptuamos a Morante de la Puebla. En los ochenta: Curro Romero, Paula, Robles, Galloso, Manzanares,  Curro Vázquez, Antoñete, Dominguez, Esplá...
José Mari Manzanares (padre) en una imagen que habla por sí sola. Eran los años ochenta.

       Y así podíamos seguir en la lista de banderilleros y grandes estoqueadores. Pero el problema mayor del mundo taurino no son los "antis", los animalistas, los partidos prohibicionistas; los ingresos solamente provienen de las taquillas. Esto no tiene la fluidez económica del fútbol. Aquí no existe la publicidad, quinielas y otras vías de financiación. Por ello, si esto no cambia no habrá público que deje su bienestar casero para sentarse en una grada de piedra para ver algo tan previsible como los llantos de los concursantes de gran hermano. Y si los niños no tienen acceso gratis; -como sucede en la mayoría de las plazas-, el futuro de los espectadores está en el aire. Por otro lado, la mayoría de las plazas fueron concebidas con parámetros del siglo diecinueve, y que hoy resultan obsoletas. Si un espectador en los meses de julio o agosto paga una entrada de treinta euros para sentarse en una grada de piedra que anda por los cincuenta grados no creo que esté precisamente en el edén. De ahí que veamos muchos cosos con los tendidos de sol absolutamente desiertos, con la considerable pérdida para el empresario de turno. Y los aficionados de toda la vida que entraron en la jubilación los mandan al graderío más alto, con el consiguiente perjuicio físico para esas edades. Si los Choperas, Lozanos, Casas, Matilla y en general los taurinos españoles no lo remedian, habrá que ir pensando en la Francia taurina como exilio; allí al menos goza de una salud extraordinaria.
Junto a Amélie Divi en la torerísima taberna de Antonio Sánchez en Madrid.