"La última religión pagana que nos queda es la Tauromaquia"; -así se refería Amélie, mi querida amiga antropóloga, a una expresión artística que España supo consolidar y exportar, y que es la fiesta taurina.
Carmen Camacho, también amiga y apasionada de la Tauromaquia, no se conforma deleitándose en la plaza ante un ramillete de medias verónicas, chicuelinas o naturales; también desea y necesita comprometerse con un arte milenario que yergue sus raíces en la Creta minóica, diez siglos antes de Cristo.
-"Fíjate en Francia, hasta los alcaldes comunistas respetan los festejos taurinos, saben que ello les aporta dinero y turismo a sus pueblos; carecen de los complejos que arrastran muchos políticos españoles" -me explicaba Amélie, que es de origen francés. Evidentemente y como reza el dicho: "España es diferente", Carmen ha intentado mediar desde su cargo de concejala, para potenciar este antiguo arte en su querida Cieza, pero como era de esperar le han premiado con la indiferencia. El caso de José Vélez, alcalde socialista de Calasparra es un "rara avis" en el partido que cuenta con muchos aficionados a esta fiesta, pero sin embargo apenas se pronuncian en positivo al respecto. Como ahora se dice, se ponen de perfil. Vélez no solamente es el alcalde, también ejerce como presidente en los festejos. La feria taurina del arroz es un ejemplo brillante, de un pueblo que hace de la tauromaquia su gran referente cultural y económico.
Atrás quedaron los años locos, en que un nutrido grupo de socialistas encabezados por Enrique Mújica suspiraban por Paco Ojeda; no perdían detalle de las faenas del sanluqueño, y siempre se les veía allá donde este actuase, fuera en España o Francia. Era tal su fanatización con el gaditano, que provocaron la dimisión del director de un periódico porque habían publicado una crítica que no dejaba bien parado al intermitente torero. También el crítico Alfonso Navalón sufrió las iras del grupo y lo enviaron al paro.
La alcaldesa de un pueblo del suroeste francés, que no tiene reparos en lucir chaquetilla torera y capote. |
La omnipresencia del toro en la plaza, con toda su enorme carga genésica, como un tóten sagrado que arrasa con su fuerza. -"En una plaza de toros, ni mil hombres que hayan, poseen la gigantesca virilidad que dimana el toro; todo queda empequeñecido ante ese volcán de masculinidad; por eso los toreros encarnan y representan la esencia femenina".
Entre copa y copa de "jerez", Amélie expresa su pasión y conocimientos taurómacos, a la vez que lamenta reconocer que Francia aprecia y valora mucho más esta cultura española, mientras me explica la liturgia ancestral del toreo, un redondel dorado, los cielos de atardecer, la sangre sacrificial, los toreros imbuidos de elegancia femenina: los trajes ajustados, barrocos bordados sobre colores pastel. La masculinidad del torero va apareciendo conforme transcurre la lidia; es un sacrificio ritual como lo es la transubstanciación en las liturgias de las iglesias cristianas.-"Y para colmo, es el espectáculo más democrático; el público decide sobre el éxito o fracaso de los actuantes"..."El toreo, en sus inicios fue cosa de aristócratas que toreaban montados a caballo, después fue el pueblo quien quiso torear sobre la arena; es un espectáculo sin ideología política".
Carmen Camacho junto a una placita de tientas. |
Los ojos de Carmen tienen un ligero acento exótico y su mirada destila inquietud y profundidad, algo así como un halo picassiano; también camina como lo suelen hacer las mujeres que en su armario íntimo tienen cosas que les harán trascender en su vida cotidiana. Ella es a día de hoy, una enamorada de sus ancestros hispanos, de la enorme riqueza cultural de una tierra, de los atardeceres teñidos de nostalgia que se dan en su pueblo. Del barroquismo que traslucen sus procesiones, de unos campos floridos que recién fueron descubiertos y llevados a los altares por infinitud de fotógrafos y turistas.
La huerta ciezana, circundada por el río Segura, todo un edén para el placer de los sentidos. |
Ahora Carmen acaba de iniciarse como presidenta del club taurino de Cieza, y eso aunque no lo parezca tiene su importancia. Los auténticos y verdaderos aficionados a los toros son una especie en extinción. Jesulín, en uno de sus raptos filosóficos esculpió aquella frase: "en cada plaza, los aficionados de verdad cabrían en un autobús y sobrarían asientos"....Quizás fue un tanto exagerado, pero tampoco erraba en su opinión.
Como Carmen es una romántica de lo taurino, este reto será para ella un aliciente para perseverar en la magia que destila un hombre que hace arte y cuya materia es un ser vivo. Y que ese arte es efímero, no queda como un cuadro o una escultura. En ese maravilloso entramado, el aficionado cabal es posiblemente la parte mas débil, el pagano siempre y muchas veces el desencantado. Conozco a muchos que han dejado de ir a las plazas. El espectáculo actual nada tiene que ver con la última gran década del toreo, que fueron los años ochenta. Habían hasta diez figuras máximas, muchas mas ganaderías y encastes que ahora. Evidentemente las plazas se llenaban. Hoy los festejos son harto previsibles y lo que vemos en los ruedos se centra casi únicamente en el trasteo de muleta. No se hacen quites, la suerte de varas es un puro trámite, al igual que el tercio de banderillas. Apenas quedan capoteros con arte, si exceptuamos a Morante de la Puebla. En los ochenta: Curro Romero, Paula, Robles, Galloso, Manzanares, Curro Vázquez, Antoñete, Dominguez, Esplá...
José Mari Manzanares (padre) en una imagen que habla por sí sola. Eran los años ochenta. |
Y así podíamos seguir en la lista de banderilleros y grandes estoqueadores. Pero el problema mayor del mundo taurino no son los "antis", los animalistas, los partidos prohibicionistas; los ingresos solamente provienen de las taquillas. Esto no tiene la fluidez económica del fútbol. Aquí no existe la publicidad, quinielas y otras vías de financiación. Por ello, si esto no cambia no habrá público que deje su bienestar casero para sentarse en una grada de piedra para ver algo tan previsible como los llantos de los concursantes de gran hermano. Y si los niños no tienen acceso gratis; -como sucede en la mayoría de las plazas-, el futuro de los espectadores está en el aire. Por otro lado, la mayoría de las plazas fueron concebidas con parámetros del siglo diecinueve, y que hoy resultan obsoletas. Si un espectador en los meses de julio o agosto paga una entrada de treinta euros para sentarse en una grada de piedra que anda por los cincuenta grados no creo que esté precisamente en el edén. De ahí que veamos muchos cosos con los tendidos de sol absolutamente desiertos, con la considerable pérdida para el empresario de turno. Y los aficionados de toda la vida que entraron en la jubilación los mandan al graderío más alto, con el consiguiente perjuicio físico para esas edades. Si los Choperas, Lozanos, Casas, Matilla y en general los taurinos españoles no lo remedian, habrá que ir pensando en la Francia taurina como exilio; allí al menos goza de una salud extraordinaria.
Junto a Amélie Divi en la torerísima taberna de Antonio Sánchez en Madrid. |
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