De rostro casi afilado, donde surgen unos ojos con ligera brizna oriental y cuyas pupilas en gris azulado se tornan brillantes cuando alguien le recuerda Viladecans, Sitges, o cualquier referente del Penedés, donde Manel vivió su infancia.
Aunque pareciera venido más bien de un país caribeño, ya que el intrépido Manel siempre ha destilado en sus movimientos ciertos aires rítmicos, como si en su interior viajara el espíritu indómito de un bailarín afrocubano. Quizá sea por su elocuente expresividad, por su afán de comunicación, el caso es que Manel es un hombre eminentemente gestual y eso hay que agradecerlo en un mundo actuál bastante plano y aséptico, donde el personal apenas obedece a los cantos de sirena de un cacharrito llamado ifhone.
Y la vitalidad, como si viviera permanentemente instalado en una primavera eterna, brota en cada gesto y palabra mientras sus manos engarzan una hebilla en el trasfondo misterioso de unos zapatos de tacón, propios para lucir en un evento erótico-sentimental. A veces he pensado en el componente fetichista que puede derramarse en oficios como el que ostenta Manel, y esa posibilidad ayuda a hacer su monotonia cotidiana en algo más atractivo y sugerente.
Aunque, antes de entregarse a la noble tarea de la restauración de zapatos, Manel ejerció como un auténtico profesional de la otra restauración, es decir, como camarero. Formó parte del equipo que comandaba Paco Hurtado, en el primer local que viera Cieza con ínfulas de pub inglés: "Mister Lenon" se llamaba.
Siempre fue "el hombre de un solo amor", ya que Adela lo vampirizó desde que arribó a su vida. Porque la fiél Adela es como su alma gemela; tan similar en actitudes y puede que en asuntos del alma. Por medio, apareció Érica, la divina Érica con toda su prosopopeya de eterna niña adolescente de aires nórdicos, y como surgida de una pintura impresionista que acaricia las teclas de un piano para soñar arpegios de fantasia, aunque ella sea mucho más pragmática que romántica, más realista que soñadora.
Así y como un rayo iluminador se conformó un triángulo familiar y amoroso, que al iguál que una trinidad religiosa tomó cartas de naturaleza para conformar una atmósfera cálida y los que conocemos a sus protagonistas nos produce admiración y sentimos su tremenda irradiación.
Fotos: gentileza de nuestra amiga Encarna Lorenzo.
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