Sobre la una del mediodía, una pareja de la alta aristocracia ciezana franqueaba una de las puertas del "Cuatro esquinas". Tomaban asiento en una de las mesas adosadas junto a los ventanales del local. Pepe, camarero y copropietario del local junto a su hermano Paco, esperaba detrás de la barra, dejaba un tiempo prudencial hasta que el matrimonio se sentía cómodamente arrellanado en los sillones.
Fachada del "Cuatro esquinas". Fotografía de Fernando Galindo |
Como en una perfecta puesta en escena, aparecía Pepe, saludando cortésmente a la pareja, a la vez que su brazo derecho ajustaba una de las cortinas para impedir que un haz de luz se colase indiscretamente hasta la mesa. Una atmósfera acogedora era fundamental para Pepe; luego, les servía el aperitivo predilecto de ellos.
Mientras tanto, uno de los clientes habituales de la casa, en uno de los extremos de la barra tomaba lo que a simple vista parecía un vaso de agua, pero que no lo era. Él mismo nos decía con elegante ironía que aquello era agua pero de fuego. Un boticario del barrio metido a marchante de arte se dejaba ver por el local, siempre portando una vieja carpeta con dibujos y acuarelas de algunos reputados maestros del arte murciano. Allí contactaba con algún coleccionista.
Una gran fotografía en blanco y negro con los Beatles presidía la barra, junto a otra del padre de Pepe y Paco, -conocidos todos ellos como los "peperres". Algunas obras de un jovencísimo Pepe Lucas coronaban los frontales superiores de la misma barra. El aire que se respiraba en el local siempre fue de contenida elegancia, de una gran pulcritud y un climax que no tenían otros locales ciezanos. Un hilo musical se dejaba notar de manera discreta y las voces de la clientela no solían excederse en el tono.
Los hermanos Ortega parecían haberse formado en elgún regio café parisino al estilo de Les deux magots o el mismísimo café Flore; puede que por la estilosa profesionalidad que mostraban. El caso es que ellos marcaron una forma hostelera que no era el común denominador en un lugar como Cieza, con tantos bares por metro cuadrado.
Una de las últimas veces que estuvimos en el local, un viernes santo en la tarde, tuvimos ocasión de charlar con algunos componentes de una banda musical valenciana, que reventados físicamente por el madrugón, el consiguiente viaje, la lentitud y el intenso calor del desfile mañanero, más lo que se les venía encima por la noche tomaban unas copas de alivio.
Cuando vimos en portada de Cieza en la Red el anuncio de una entrevista a Francisco Ortega y su señora, nos provocó un tremendo golpe emocional. Pero, y como se suele decir: nuestro gozo en un pozo, dicha entrevista nos dejó con el mal humor de una siesta larga. Esperábamos mucho más del personaje estelar, que contara algunas esencias de tantos años, por la gente tan variada, donde habían auténticos personajes de la cotidianidad ciezana; no faltaba dar nombres, sólo algunas pinceladas costumbristas. Un local que ha generado tantos momentos singulares, tantos gestos, tanta vida...
El relato de Ortega nos pareció plano, en ningún momento expresó el alma de un local con tanta substancia, y sí dedicó a pormenorizar aquellos aspectos pesarosos de la profesión, como si de un esclavo se tratara. Lo sabemos, somos conscientes de ello, que la hosteleria es así, pero en nuestra ingenuidad creíamos que locales como el Cuatro esquinas les habían deparado grandes retazos de vida, de filosofía, de historia de tantos personajes que pulularon por el local. Una vida más potente y alegre que la relatada por el menor de los Ortega, habiéndo sido él, testigo privilegiado de todo ello.
Una pena, que los pocos comercios antiguos que todavia sobreviven, y que a penas les quedan un suspiro como es el caso del Cuatro esquinas no dejen testimonios de su historia, porque al fin y al cabo forman parte de la historia de Cieza.
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