viernes, 18 de octubre de 2024

POR TANTO AMOR A CONTRALUZ

De un viejo piano afloran notas que nos evocan "Los sonidos del silencio", y delicadas ráfagas de luz se van colando por los grandes ventanales que dan a la Avenida de Portugal, en el límite con Aluche.



Junto a una de las ventanas se halla la figura de un hombre de cabellos dorados, entreverados con alguna que otra cana. Mira fijamente hacia los alcornocales que quedan detrás de la gran avenida; delimitan la popular y entrañable Casa de Campo madrileña. No en vano, ese lugar le provoca algún que otro flagelo en el alma. Pero también una amalgama de sensaciones de tono agridulce y hasta diría que placenteras.


La hojarasca otoñal pone un ligero barniz de matices en oro viejo y anaranjados en la tarde, como un atardecer de tintes velazqueños. Sus pupilas no dejan de escudriñar aquél espacio vegetal; tal vez porque su adolescencia anidó allí, anhelando sueños de papel, quimeras como pavesas en el viento.


Todo ello provocan suspiros en su anatomía a contraluz que ya frisó los sesenta, aunque su cuerpo todavía conserva la fibra atlética que su vocación le requería. A pesar de pertenecer a barrios como el Lucero o Canillejas, el destino le endosó el apelativo de príncipe; bueno, a él y sus dos compañeros de sueños y fatigas. 


Hoy sigue preguntándose cómo llegó a sobrevivir a sus amigos principescos, y a tantos dislates que cada tarde se daban en un círculo dorado de sangre y sol; de tantas conjeturas y nervios desatados en hoteles de lujo y también en descacharradas pensiones  en perdidos pueblos de Castilla. Todo ello es como un fragor del viento que va acariciando sus sienes plateadas.


La tarde va adentrándose en sus últimos estertores; a los matices crepusculares se une una fina lluvia que va salpimentando una atmósfera densa entre vapores y humos de los coches, que no dejan de transitar por la avenida. Los edificios de Plaza de España despuntan al fondo, lejanos e imprecisos. Un ambiente que destila la melancolía mísma de la figura masculina junto a la ventana. 


El piano dejó de sonar, porque la joven estudiante quedó embelesada por el calor de la escena, que como un retazo de teatro le sugiere no perder detalle. Es como un atrezzo meramente teatral, pero ciertamente real, como lo fuera la profesión que ejerciera él.


En el cristal se van formando pequeños regueros de agua, dibujando un escenario  abstracto, surreal y hasta bucólico. Las luces de color bermellón de los coches van creando estelas luminosas que recuerdan una procesión penitencial andaluza. De repente, el piano vuelve a sonar, esta vez con una suave melodía que parece motivar al ex-príncipe.


Es pura intuición, de repente aquellos sonidos le disparan su mente a miles y miles de kilómetros, y como quien musita una oración, de sus labios salió en tono bajo:

"Escuché las golondrinas al marcharme. Era simple coincidencia del destino. Y es por eso que al oir las golondrinas, siempre me hacen recordar los días aquellos. Hay momentos desastrosos en la vida, y esa pieza entre los mios uno de ellos...."  La joven pianista, sorprendida tál vez por la improvisada interpretación sigue desparramando notas en el ambiente, a la vez que observa el semblante de piel sonrosada de quien fuera artista bruñido de oro y plata. 

La mirada se le va empañando al iguál que los cristales, perdida en un punto infinito que va más allá de los alcornoques que engalanan la avenida. En escaso tiempo todo el bagaje de vida explosionó en su memoria, apenas sin darse cuenta de ello. Y así, mirando de nuevo el horizonte crepuscular, entendió que todo fué un carrusel de sensaciones en un mundo barroco, repleto de aplausos, algún que otro fracaso, incomprensiones y la incertidumbre siempre como estandarte. 




Puede, que tanto frenesí de viajar en el tiempo le haya perturbado, mientras los chasquidos del agua ponen un corolario sonoro a su zozobrante mirada que sigue perdida en un punto gris en la distancia. También comprende que todo, absolutamente todo no tiene sentido por el vacio dejado por ella.


La pianista marchó, dejando unas golondrinas en el aire y nuestro protagonista sintió como de sus ojos brotaban un par de lágrimas, macizas como dos perlas a la vez que en sus labios afloraba una sutíl sonrisa al creer que una imagen de Mar y Sol aparecía como un sortilegio en los cielos de Madrid.

                                               J.Ruiz Tortosa

A mi amigo Julián, maestro fuera y dentro de los ruedos, por su tremendo humanismo, por compartir tantos sentires de un hombre profundamente sensible... 






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